31 enero, 2019
Cuando yo era un niño nuestra familia pasaba mucho tiempo reunida en la casa de mis abuelos maternos. Allí encontrábamos una multitud de primos, tíos, vecinos y agregados para escuchar música en la enorme vitrola «high fidelity» en la sala; nos quedábamos en el balcón con su piso de cerámica roja; acompañábamos atentos los interminables juegos de barajas que muchas veces terminaban en discusión. Uno de los recuerdos más vívidos de esos buenos tiempos es de mi abuelo Egydio (Abuelo Gidio o Neca para los más próximos), que abría un limón con su navaja afilada, exprimía el jugo en un vaso americano y completaba el vaso con su goteo blanquecino. Él completaba el ritual llevando el vaso a la boca y dando un grito grande estallando, de aquellos que emitían un sonido de satisfacción al final, y decía muy alto: “¡Esto es un lujo!»
Para mi abuelo el lujo era su goteo con limón, mientras que para millones de personas alrededor del mundo el lujo puede ser tener una cama suave y un plato caliente de comida al final del día. El significado varía tanto que acaba casi siempre asociado no sólo al placer o comodidad, sino a las cualidades como sofisticación, rareza, precio alto, servicio, exclusividad y tantas otras cosas sabrosas. Al final se cristalizó la percepción de que el lujo es invariablemente algo muy caro. Pero ¿qué es caro? Mientras que para muchos caro es algo que no podemos adquirir financieramente, para otros más, ¡caro es algo casi inaccesible incluso teniendo fortunas a su disposición! Un granjero acostumbrado al silencio y praderas verdes tal vez no considere el paisaje de su balcón un lujo, mientras que un alto ejecutivo de Faria Lima (barrio en São Paulo) sueña diariamente con este visual mientras está encerrado en su torre de vidrio.
Al traducir al turismo, las definiciones de lujo son cada vez más flexibles, sobre todo para aquellas personas que están muy acostumbradas a aprovechar las mejores cosas de la vida, ya sea con presupuestos ilimitados o experimentando oportunidades únicas. Lujo ya no es más dormir en un hotel de 6 estrellas, pues la cama de su propia casa ofrece el mismo confort; el lujo no es comer en el famoso restaurante con 3 estrellas Michelin, sino experimentar la cocina típica de una «nonna» en un pueblo italiano, el lujo no es ostentar viajes por lugares exóticos viendo el paisaje y las personas por ventanas de vidrio, sino que irse a festivales, callejones y costumbres locales saboreando lo diferente. En fin, el mayor lujo de todos para aquellos que ya tiene todo es tener tiempo. ¡El tiempo es el lujo más grande que nuestra sociedad puede aspirar!
Una vez que el viajero encuentra el tiempo, cabe a nosotros insertar el lujo que tiene sentido para aquel individuo en su programación. Puede ser una cabaña iluminada a la luz de las velas en una playa desierta o un paseo en bicicleta por los campos de Escocia; lo fundamental es no presumir que el lujo será igual para cada pasajero y escuchar atentamente las experiencias pasadas, sus gustos y sus aspiraciones. Cuando conseguimos identificar las emociones que mueven a la gente y cómo desean pasar su tiempo de lujo, alcanzamos el éxito en nuestra profesión, siempre respetando las voluntades y el dinero de nuestros clientes. Valoramos cada día el tiempo de nuestros clientes e intentamos siempre no juzgar las aspiraciones de los demás a través de las nuestras. Este ya es un excelente punto de partida para vivir un lujo legítimo e inolvidable, muchas veces gastando muy poco. – Sidney Alonso